Hay una historia corta, más bien una parábola moderna, sobre un hombre que encontró un control remoto de televisión en la calle sin baterías. Ninguno de los botones funcionaba, excepto que, cuando presionó el botón de avance rápido, todo el dispositivo se iluminó con un color rojo neón. Luego miró su reloj y notó que había pasado una hora en un instante. Presionó el botón nuevamente. Otra hora pasó en una fracción de segundo.
Sorprendido, pensó que había descubierto una grieta en el continuo espacio-tiempo. Aparentemente no sufrió efectos nocivos de este viaje en el tiempo. Entonces, cuando se encontró en largas reuniones, actividades aburridas y obligaciones pesadas, simplemente presionó el botón de avance rápido, a veces repetidamente, y el tiempo avanzó.
Semanas, meses y años pasaron a una velocidad tremenda. Décadas pasaron en un instante. Podía manipular el tiempo para evitar experiencias que no le gustaban y acortar el tiempo anticipando actividades que prefería.
La historia termina con una última pulsación del botón de avance rápido. Se encuentra en su juicio particular, cara a cara ante Jesús, quien le pide que rinda cuentas de su vida. Una cuenta del tiempo que perdió. Cómo descuidó usar tanto del tiempo precioso y limitado que le fue dado para amar a Dios y al prójimo.
Jesús destaca la importancia de reforzar nuestro amor a Dios en los Mandamientos 1 al 3 y nuestro amor al prójimo en los Mandamientos 4 al 10.
Se nos ha dado una hora extra este fin de semana. La mayoría de nosotros la asociamos con una hora extra de sueño. No hay nada malo en eso. Eso es algo bueno. Pero, ¿podríamos reconsiderar usarla de alguna manera para el amor a Dios y al prójimo?
¿Amamos verdaderamente al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza? Esto requiere un vaciamiento completo de nosotros mismos, para que podamos llenarnos de Dios. ¿Amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? Tendríamos que experimentar un cambio de corazón completamente transformador para amar al prójimo como a nosotros mismos.
Si podemos hacer eso, como dice Jesús al escriba, no estamos lejos del reino.
Sumergirnos en el amor a Dios y al prójimo requiere una interpretación radical del evangelio, como la de San Francisco de Asís, que practicaba una austera abnegación, prefiriendo el amor a Dios y al prójimo por encima de todo lo demás.
El desafío de estos grados aparentemente imposibles de amor a Dios y al prójimo sugiere que todos podemos aumentar nuestros esfuerzos para amar de manera más sincera, más intensa y más completa. Es una misión que dura toda la vida, una que tal vez nunca cumplamos con nuestro máximo potencial, pero sigue siendo un desafío que Jesús nos pone ante nosotros para que trabajemos en ella para crecer en santidad. Concentrémonos en el viaje y el destino nos será provisto abundantemente en el breve tiempo que se nos da.
Este es un tiempo de gran gracia. La Iglesia concede una indulgencia plenaria a los fieles cristianos que visiten devotamente un cementerio y recen, aunque sea mentalmente, por los muertos. Esta indulgencia es aplicable únicamente a las almas santas del Purgatorio. La indulgencia es plenaria entre el 1 y el 8 de noviembre y se puede ganar en cada uno de estos días. En los demás días del año, esta indulgencia es parcial.
El obispo Fulton Sheen dijo: “Al entrar en el cielo, los veremos, a muchos de ellos, viniendo hacia nosotros. Les preguntaremos quiénes son, y ellos dirán: ‘Yo era una pobre alma por la que rezaste en el Purgatorio’”.
Podemos hacer nuestra parte esta semana para usar parte de este tiempo extra que se nos ha dado para ayudar a las santas almas del Purgatorio en su camino al cielo. Realicemos esta obra espiritual de misericordia, y otras también, para que vivamos estos grandes mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Al hacerlo, aprendamos a amar como Jesús, a amar más perfectamente.
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