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María Magdalena, la apóstola de la más grande esperanza

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Hoy la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la Santa, instituida hace 4 años gracias a un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Un pasaje – de memoria a fiesta – que tuvo lugar durante el Jubileo de la Misericordia por indicación del Papa Francisco, quien en el pasado llamó a María Magdalena la discípula «al servicio de la Iglesia naciente».

Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano

Ella es la que primero ve. Es a ella a quien Jesús llama por su nombre, despertando a esta fiel mujer del torpor de la tristeza, haciéndola testigo de la Resurrección y la esperanza. Los ojos de María Magdalena, a quien la Iglesia recuerda hoy, se bañan primero en lágrimas porque encuentran un sepulcro vacío, luego son el espejo de una alegría no “dada con cuentagotas”, dice el Papa en la audiencia general del 17 de mayo de 2017, sino que son fruto de » una cascada que abarca toda la vida». Esos ojos, una vez que se encontraron con los de Cristo, nunca dejaron de mirarlo: primero bajo la Cruz, luego ante un sudario desnudo y, finalmente, inflamados por su amor, dieron testimonio de la verdad a los propios discípulos. Es ella la que proclama que Jesús ha conquistado la muerte.

Un nombre, una historia de amor

Francisco se detiene también en su fidelidad, en su obstinación que la hace estar al lado de la tumba vacía, en el asombro cuando oye la voz de Jesús, el «Dios que se preocupa por nuestra vida, que la quiere revivir, y para hacer esto – explica el Papa en la audiencia general del 17 de mayo de 2017 – nos llama por nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno»:

Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros Dios nos llama por el propio nombre: nos conoce por el nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros.

«He visto al Señor»

María Magdalena es el emblema de las mujeres de fe. Una fe que vive como “olas que cubren todo”, que cambian su dirección, que impiden quedarse en un rincón, que empujan a proclamar que el Señor está vivo:

Y así esa mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba a merced del maligno (cf Lucas 8, 2), ahora se ha convertido en apóstola de la nueva y más grande esperanza. Su intercesión nos ayude a vivir también a nosotros esta experiencia: en la hora del llanto y del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nuestro nombre, y con el corazón lleno de alegría ir y anunciar: «¡He visto al Señor!» (v. 18). ¡He cambiado de vida porque he visto al Señor! Ahora soy distinto que antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Esta es nuestra fuerza y esta es nuestra esperanza.

¿Quién era la Magdalena?

Hay varios malentendidossobre la vida de María Magdalena, definida por Santo Tomás de Aquino como «apóstola de los apóstoles». La tradición la ha identificado a menudo con una prostituta porque -escribió el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura- en el anterior capítulo 7 del Evangelio de Lucas, se narra la conversión de una anónima pecadora conocida en esa ciudad, que había rociado los pies de Jesús con aceite perfumado, los había regado con sus lágrimas y los había secado con sus cabellos. Pero hay otro malentendido, explica el cardenal, la unción con el aceite perfumado es un gesto que también fue hecho por María, la hermana de Marta y Lázaro, en una ocasión diferente reportada por el evangelista Juan. Y así, María Magdalena de algunas tradiciones populares, será identificada con esta misma María de Betania, después de haber sido confundida con la prostituta de Galilea.

Lo vi en mi corazón

Francisco, en la misa en la Casa Santa Marta el 2 de abril de 2013, describe a Magdalena como una «mujer pecadora», una «mujer explotada e incluso despreciada por aquellos que se creían justos», pero también una mujer a quien Jesús dijo que amaba mucho y por eso sus muchos pecados le fueron perdonados». En la oscuridad de su alma llora, se abandona a sí misma, riega de lágrimas esos mismos ojos que nunca más dejarán el rostro de Cristo:

A veces, en nuestra vida las gafas para ver a Jesús son las lágrimas. Frente a la Magdalena llorosa también podemos pedir al Señor la gracia de las lágrimas. Es una bella gracia… Llorar por todo: por el bien, por nuestros pecados, por las gracias, por la alegría también. El llanto nos prepara para ver a Jesús. Y que el Señor nos dé la gracia, a todos nosotros, de poder decir con nuestra vida: «Vi al Señor», no porque se me haya aparecido, sino porque lo vi en mi corazón.

fuente: vaticannews

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