El 9 de enero del año 482, San Severino, conocido como el «Apóstol de Noricum» (una antigua provincia romana en Europa Central), entregó su alma al Señor mientras pronunciaba las últimas palabras del Salmo 150:
«Todo ser que tiene vida, alabe al Señor.»
Vida y Misión
San Severino nació probablemente en Roma alrededor del año 410. Renunció a los bienes materiales y se consagró a Dios, dedicando su vida a la oración, predicación y caridad. Inspirado por el Evangelio, se trasladó a las regiones de Noricum y Panonia (actual Austria y Hungría), donde enfrentó tiempos de gran incertidumbre tras la caída del Imperio Romano.
- Fue un mediador de paz, reuniendo comunidades divididas por conflictos políticos y militares.
- Auxilió a los necesitados, promoviendo la caridad en un tiempo de hambrunas y pobreza.
- Se le atribuyen varios milagros, incluyendo la protección de ciudades y la intercesión durante invasiones bárbaras.
Legado Espiritual
San Severino fundó monasterios que se convirtieron en centros de fe y cultura, y enseñó a sus discípulos a vivir en comunión y a confiar en la providencia divina. Su influencia no solo benefició a las comunidades locales, sino que marcó el camino para la evangelización en Europa Central.
Patrono de Viena y Baviera
Venerado como patrono de Viena (Austria) y Baviera (Alemania), San Severino es recordado como un protector espiritual. Su vida es un ejemplo de entrega total a Dios y servicio a los demás.
Un Testimonio Eterno
En el día de su muerte, rodeado por sus discípulos, dejó un mensaje claro:
«Alaben al Señor, todo ser que respira.»
Estas palabras, tomadas del último versículo del Salterio, resumen su vida de alabanza y servicio a Dios.
Hoy celebramos su memoria, invitando a todos a seguir su ejemplo de fe, esperanza y amor.
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