San Félix de Valois, venerado por su dedicación a la libertad de los cautivos, es una figura clave en la historia de la Orden de la Santísima Trinidad, también conocida como los Trinitarios. Aunque algunos textos afirman que llevaba el apellido «Valois» porque pertenecía a la familia real de Francia, la realidad es que este apellido proviene de la región de Valois, en el norte de Francia, donde nació y vivió.
Primeros años y vida de ermitaño
San Félix nació en el siglo XII, en una época marcada por los conflictos y las luchas internas en Europa, especialmente en Francia. Desde joven, mostró una profunda inclinación hacia la vida religiosa, buscando en la soledad y la oración un camino para acercarse a Dios. Así, se retiró a vivir como ermitaño en el bosque de Gandelu, en la diócesis de Soissons, en un pequeño pueblo llamado Cerfroid, donde dedicó su vida al retiro y la contemplación, con el propósito de pasar sus últimos años en la oscuridad y la simplicidad. Sin embargo, Dios tenía otros planes para él.
El encuentro con San Juan de Mata
La vida de San Félix dio un giro trascendental cuando San Juan de Mata, fundador de la Orden Trinitaria, lo conoció y lo invitó a unirse a su misión. San Juan de Mata, quien ya había comenzado a fundar una orden dedicada al rescate de los cautivos cristianos, vio en Félix a un hombre de profunda espiritualidad y generosidad.
A pesar de su avanzada edad —San Félix ya tenía cerca de 70 años—, aceptó la propuesta y se unió a la causa. Juntos, San Félix y San Juan de Mata, emprendieron un viaje a Roma en el invierno de 1197 para pedir la aprobación del Papa. La misión de rescatar a los prisioneros, especialmente aquellos que eran cautivos por los musulmanes en el norte de África, era de vital importancia para la Iglesia en ese momento, y San Félix no dudó en sumarse a este noble objetivo.
Fundación de la Orden Trinitaria
Tras la aprobación papal, San Félix, con la ayuda de San Juan de Mata, fundó la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de los cautivos. La orden se dedicó a organizar misiones de rescate para liberar a los cristianos capturados durante las guerras y las incursiones en territorios musulmanes, así como a atender a los prisioneros que sufrían bajo la opresión de los invasores.
San Félix no solo fue un fervoroso seguidor del carisma fundacional, sino también un activo propagador de la nueva orden. Italia y Francia fueron los principales campos de expansión de la Orden Trinitaria, y fue en París donde San Félix fundó el convento de San Maturino, uno de los primeros de la Orden en Francia.
El legado y la muerte
A pesar de su avanzada edad, San Félix continuó con su labor de administración y expansión de la Orden en Francia. Cuando San Juan de Mata regresó a Roma, San Félix se quedó a cargo de la provincia francesa y de la casa madre de la Orden en Cerfroid. Allí continuó su trabajo pastoral y de organización hasta su muerte, ocurrida en el año 1212, a los 86 años de edad. Su vida fue un testimonio de fe, sacrificio y dedicación a los más necesitados.
Canonización y culto
La santidad de San Félix no pasó desapercibida, y tanto él como San Juan de Mata fueron canonizados por el Papa Urbano IV en 1262, debido a su incansable labor en favor de los cautivos y su testimonio de vida cristiana. Posteriormente, en 1666, el Papa Alejandro VII confirmó oficialmente el culto de ambos fundadores, asegurando que la memoria de San Félix de Valois perdurara en la Iglesia.
Hoy, la Orden Trinitaria continúa con la misión que San Félix ayudó a fundar, manteniendo viva la tradición de trabajo por la libertad de los cautivos y el alivio de los más desfavorecidos, con un enfoque especial en la liberación de aquellos que sufren la esclavitud moderna y la opresión.
San Félix de Valois es recordado no solo por su contribución a la fundación de una orden religiosa, sino también por su disposición a dejar su vida de ermitaño para abrazar una misión mayor, confiando plenamente en los designios de Dios. Su vida es un ejemplo de fe, humildad y generosidad, cualidades que lo hacen digno de ser considerado un verdadero santo y un pilar de la historia espiritual de la Iglesia.
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