Si tenemos la meta final ante nuestros ojos, es mucho más fácil dedicar nuestro tiempo, energía y esfuerzo para alcanzarla. Teniendo la meta en mente, un corredor de largas distancias puede medirse mejor para ganar la carrera y el premio bien merecido. ¡Cuánto entrenamiento ha invertido para llegar a este momento supremo, esta carrera final! Tal vez años, acompañados de sangre, sudor y lágrimas, sin mencionar los agotadores dolores corporales.
Los esfuerzos que la persona humana puede hacer a nivel natural para ganar el premio son casi alucinantes. Cuando tenemos fuertes motivaciones y un significado detrás de nuestros esfuerzos, los logros son impactantes. Lo mismo se aplica a la vida espiritual.
Un ejemplo de vida familiar
El pequeño Johnny ha sido la causa de constantes preocupaciones, dolores de cabeza y noches de insomnio para sus padres. La vida de este niño de 11 años es un completo desorden. Sus calificaciones han caído en picado. Se pelea con sus hermanos. La palabra obediencia parece no existir en su vocabulario. Su habitación parece como si hubiera explotado una bomba. Llegar a tiempo a la escuela es como escalar el Everest.
Su futuro parece sombrío. Sus maestros, consejeros y amigos (si se les puede llamar “amigos”) parecen tener una clara premonición de que en unos años vivirá en la calle, con un puente como techo y vagabundos errantes como compañeros.
Encontrar el motivador
En medio de esta calamidad, los padres de Johnny tienen una idea: ¡Disneylandia! Años antes, habían llevado a Johnny a Disneylandia, y la experiencia le dejó una impresión indeleble. Deciden usar la perspectiva de otro día en el parque de diversiones como motivación para que su hijo dé vuelta la página, comience de nuevo, transforme su vida.
El trato es exigente: los padres de Johnny lo sabían. Todos sus errores obvios deben ser enmendados y corregidos. Nada de peleas con los hermanos, orden en los espacios habitables, mejoras en las calificaciones, puntualidad. Todo debe llevarse a cabo de lunes a viernes. Si lo hace, ganará el premio de Disneylandia el sábado.
La transformación
Esa semana Johnny cambió ante sus ojos. Su habitación, inmaculada. Su trato con sus hermanos, como si fueran reyes y reinas, y él su humilde sirviente. La puntualidad, al máximo. Sus informes académicos y notas ahora se dispararon. La obediencia, como la de un soldado.
El premio
Ese sábado Johnny fue llevado a Disneylandia desde el amanecer hasta el anochecer, disfrutando cada momento del día. Atracciones, payasos, comidas, música y todo el ambiente festivo que bebió como si fuera un elixir eterno, ¡que lo elevaba del aburrimiento terrenal a la dicha eterna!
El secreto: el principio de la motivación
La clave para la transformación radical de Johnny fue una cosa: el principio de la motivación. Su catastrófica vida anterior estaba determinada por una existencia sin sentido. No tenía objetivo, propósito, significado, alegría, ninguna razón para hacer algo de valor y mérito perennes. Tenía que estar motivado. Esta llave que abrió la inagotable riqueza del corazón, la mente y la persona de Johnny fue la diversión que tanto anhelaba en su tierra de sueños, que para él era Disneylandia.
Nuestra motivación sobrenatural
Una de las principales razones por las que hay tantos católicos llamados anémicos, holgazanes, perezosos, indolentes, soñolientos y soñolientos es porque realmente carecen de motivación. Han perdido el propósito, el significado y la meta de su existencia. Están corriendo una carrera, pero parece que no hay una línea de meta. Están estudiando, pero parece que no hay graduación. Son marineros que se mueven y dan vueltas en una tormenta sin tierra a la vista.
Las metas de la vida
Como seguidores de Cristo debemos tener metas que nos ayuden a motivarnos para llevar a cabo grandes esfuerzos para el General de nuestro Ejército Eterno, Jesús el Señor.
Nuestra meta
No reflexionamos lo suficiente sobre nuestra meta final en la vida: ¡el cielo!
¿Cómo es el cielo? Las mentes más grandes, los más grandes místicos, incluso el mismo San Pablo no son capaces de captar su realidad. “Ningún ojo vio, ningún oído oyó, ni ha entrado en la mente del hombre las maravillas que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Cor. 2:9). Pablo también afirma: “Los sufrimientos de esta vida no son nada comparados con la gloria que espera a los hijos de Dios” (Rm 8:18).
Aun así, como motivación, deberíamos realizar este ejercicio mental, utilizando nuestra imaginación lo mejor que podamos. Trata de recordar en tu pasado el día más feliz, la hora más feliz, el evento o momento más feliz de tu vida. (¡Vale la pena el esfuerzo!) Una vez hecho, magnifica la alegría de ese momento mil veces y extiéndela por la eternidad. Ese momento más gozoso será por los siglos de los siglos.
A título personal…
Si me pidieran que hiciera esta experiencia, no me resultaría difícil recordar el día, la hora y el momento concreto que considero la experiencia más feliz y gozosa de mi vida. 25 de mayo de 1986. ¿Lugar? La Basílica de San Pedro en Roma. ¿El contexto? La Misa de ordenación sacerdotal. ¿El obispo que oficiaba? El obispo de Roma, el Papa San Juan Pablo II.
El momento específico sería cuando el Santo Padre, el futuro San Juan Pablo II, colocó suavemente sus manos sobre mi cabeza y oró por mí. Apenas puedo expresar con palabras la alegría que experimenté. La realidad ontológica fue la transformación radical de tener el carácter sacerdotal en mi alma, indeleble por toda la eternidad. Cuán ciertas son estas palabras: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.
Siguiendo con nuestro tema y tópico, este evento puede motivarme a esforzarme aún más y con más entusiasmo por alcanzar la recompensa eterna, la corona que me espera.
Ahora es tu turno de recordar ese día, hora y momento supremo de alegría inefable en tu vida. Multiplícalo 1000 veces y extiéndelo por toda la eternidad. Deja que esta motivación te catapulte a un reino superior en tu vida espiritual. Haz todo lo que esté a tu alcance para alcanzar tu destino, tu meta eterna: ¡el Cielo!
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