«Todo por la Eucaristía; nada para mí». Así escribió Santa Margarita María de Alacoque con su propia sangre al ingresar al claustro. Las palabras de esta santa monja describen cómo cada católico debe vivir: siempre y en todo lugar completamente para nuestro Señor Eucarístico.
Por amor a la Eucaristía, asistimos a la Santa Misa diaria; por amor a la Eucaristía, vamos frecuentemente a la Confesión, a la Adoración, rezamos el Rosario, etc. Por amor a la Eucaristía, ayunamos y hacemos penitencia. Por amor a la Eucaristía, cumplimos con nuestros deberes. Por amor a la Eucaristía, buscamos convertirnos cada vez más en personas eucarísticas. Incluso cuando es físicamente imposible hacer algo que nos gustaría, como asistir a la Santa Misa en un día determinado, ofrecemos este sufrimiento como la voluntad de Dios, por amor a la Eucaristía.
Porque la Eucaristía es Dios mismo, el Amor mismo, y al enamorarnos progresivamente más de Él, nos convertimos continuamente en «todo para todos», anhelando en nuestros corazones la salvación de todo el mundo (1 Cor 9:22). «Verdaderamente, en la Eucaristía, [Cristo] nos muestra un amor que va ‘hasta el extremo’ (cf. Jn 13:1), un amor que no conoce medida» (Ecclesia de Eucharistia 1).
De hecho, aunque todos los sacramentos cesarán al final de los tiempos, la Eucaristía, en cierto sentido, nunca cesará. Pues aunque las especies sacramentales pasarán, Él que es la Eucaristía nunca cesará. La esencia de la unión entre Dios y el alma en el Cielo es idéntica a la unión entre Dios y el alma en la Eucaristía, con la única diferencia de que la unión celestial no será mediada por velos sacramentales. Por lo tanto, la Eucaristía es verdaderamente nuestro Cielo en la tierra.
Sin embargo, a pesar de la grandeza de este Sacramento, la mayoría de las personas no aman la Eucaristía porque creen que es solo pan y vino ordinarios. Un estudio frecuentemente citado del Pew Research Center reveló que solo alrededor del 28% de los católicos creen que Cristo está realmente, verdaderamente y sustancialmente presente en la Sagrada Comunión, mientras que solo el 63% de los que asisten a la Santa Misa semanalmente o más creen en la Presencia Real. Necesitamos aumentar nuestro Amor Eucarístico.
La gente aprende de lo que ve, lo que significa que nuestro comportamiento en la Santa Misa, nuestra conducta hacia el Santísimo Sacramento, ya sea apoya o traiciona nuestra creencia en la Presencia Real. Lamentablemente, algunas prácticas comunes hoy no solo dan la impresión de que la Eucaristía es pan y vino, sino que también constituyen ocasiones de profanación física de nuestro Señor.
Por lo tanto, tanto el clero como los laicos pueden practicar/animar pequeñas pero concretas acciones, que son en sí mismos grandes actos de amor por la Santísima Eucaristía y que promueven un amor cada vez mayor por Él.
Se pueden usar patenas en cada Misa. No infrecuentemente, partículas de la Hostia caen de los dedos del sacerdote durante la distribución de la Sagrada Comunión, aunque «tanto se contiene bajo una especie como bajo ambas; porque Cristo entero y completo está bajo la especie de pan y bajo cualquier parte de esa especie; igualmente, el Cristo completo está bajo la especie de vino y bajo las partes de ella» (Concilio de Trento: Sesión XIII, Cap. 3). El uso de una patena reduce en gran medida las posibilidades de tal profanación accidental. Incluso si un sacerdote no tiene un servidor, puede sostener el ciborio y la patena en la misma mano (si usa un ciborio estilo cáliz) o usar el ciborio como una patena (si usa un ciborio estilo tazón).
Los sacerdotes deben purificar a fondo todos los vasos sagrados. Cualquier partícula visible que quede en los ciborios, cálices, etc., es nuestro Señor y, por lo tanto, no debe ser profanada. Incluso si un sacerdote tiene problemas de vista, quizás un servidor, sacristán, etc., podría inspeccionar cuidadosamente los vasos sagrados después de la Santa Misa y notificar al sacerdote si necesita purificar alguno de ellos.
Si una hostia cae al suelo, el área debe ser purificada de manera adecuada y reverente. La hostia debe ser recogida, colocar un paño sobre el área donde cayó la Hostia, verter agua sobre toda el área cubierta por el paño, y luego usar el paño para limpiar el área. Luego, el paño debe ser desechado adecuadamente.
Si recibes a nuestro Señor bajo la especie de vino, no te limpies la cara. Cristo está presente, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, incluso en cada gota de la Preciosa Sangre, porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo resucitado ya no pueden ser separados. Si parte de nuestro Señor está en el labio de alguien, por ejemplo, esa persona puede lamerlo, etc., pero no debe limpiarlo, ya que esta acción podría profanar la Eucaristía.
Los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión deben purificar sus manos después de la distribución. Así como el sacerdote purifica sus manos después de tocar el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, los ministros extraordinarios también deben hacerlo, para evitar que las partículas que quedan en sus manos caigan al suelo.
Aquellos que reciben la Sagrada Comunión en la mano deben revisar si hay partículas. No es infrecuente que una o dos partículas de la Sagrada Hostia permanezcan en la mano de alguien, incluso después de haber recibido la Hostia entera. Esa partícula es Cristo, entero y completo, lo que significa que el comulgante debe asegurarse de consumir cada partícula en su mano.
Para aquellos en posición de hacer cumplir estas medidas, que lo hagan. Para aquellos en posición de animar a sus pastores, amigos laicos, etc., a hacer estas cosas, que lo hagan. Quizás los sacerdotes incluso podrían predicar sobre la importancia de utilizar estas prácticas. Después de todo, el «camino excelente» consiste enteramente en el amor, ya sea grande o pequeño, todo debe hacerse con total amor (1 Cor 12:31). Entonces, vivamos como amantes perpetuos, adoradores y discípulos de la Eucaristía, viviendo cada momento de nuestras vidas para nuestro Señor presente bajo las especies sagradas.
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