Hoy celebramos a la Beata Angelina de Marsciano, un modelo de fe, fortaleza y dedicación a la vida religiosa. Angelina nació en Montegiove, cerca de Orvieto, en 1377. A los 15 años, contrajo matrimonio con Juan de Terni, Conde de Civitella. A los 17, quedó viuda y dueña del castillo y las tierras de Civitella del Tronto.
Tras la muerte de su esposo, Angelina decidió tomar el hábito de la tercera orden de San Francisco y transformar su casa en una comunidad de terciarias. Junto con sus compañeras, recorrió la región, predicando a los pecadores, socorriendo a los necesitados y exhortando a las doncellas a consagrarse a Dios.
Su influencia y devoción levantaron sospechas y controversias. Fue acusada de hechicería y herejía debido a su aparente desprecio por el matrimonio, algo que sus acusadores consideraban maniqueísta. Ladislao, rey de Nápoles, la sometió a juicio en Castelnuovo con la intención de condenarla a la hoguera si se la encontraba culpable. Sin embargo, Angelina defendió con firmeza la ortodoxia de su fe y la legitimidad de su conducta, añadiendo: «Si he enseñado o practicado algún error, estoy dispuesta a sufrir el castigo correspondiente». Ladislao la declaró inocente, pero las quejas persistieron y finalmente decidió desterrarla del reino.
Con solo 18 años, Angelina se refugió en Asís. Fue en la Iglesia de Santa María de los Ángeles donde Dios le reveló claramente que debía fundar en Foligno un monasterio de clausura de la tercera orden regular de San Francisco. Angelina obedeció esta llamada y fundó el monasterio, dejando un legado de profunda devoción y servicio a Dios.
La vida de la Beata Angelina de Marsciano es un testimonio de fe y dedicación inquebrantable, un ejemplo de cómo afrontar adversidades con valentía y firmeza en la fe. Su vida nos invita a reflexionar sobre la importancia de la devoción y el servicio a los demás, y nos inspira a seguir su ejemplo en nuestra propia vida espiritual.
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