En el corazón de Cataluña, el 2 de diciembre de 1865, nació una niña destinada a marcar una huella imborrable en el mundo religioso: Prudencia Canyelles i Ginesta, conocida más tarde como la Beata Prudencia o Madre Prudencia. Desde una edad temprana, Prudencia fue tocada por la gracia divina y creció inmersa en un ambiente de profunda fe en Lérida, Cataluña.
A los 20 años, en 1885, Prudencia respondió al llamado de Dios y entró en la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción de María, donde comenzó su formación religiosa. Su dedicación y compromiso pronto se hicieron evidentes, y después de servir como maestra en varias escuelas de la congregación, recibió una encomienda especial en 1893: fundar una nueva congregación dedicada a la educación y la evangelización.
Con un espíritu intrépido y una profunda devoción, Prudencia estableció la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor el 27 de marzo de 1894 en Vic, España. Esta congregación tenía como objetivo principal la educación de los niños y la formación religiosa de las mujeres, abarcando una labor evangelizadora que se extendía por toda España y más allá.
Bajo el liderazgo inspirador de la Madre Prudencia, la congregación floreció y se expandió rápidamente, llegando a establecerse en diversos países de América Latina y África. Su incansable trabajo y dedicación fueron fundamentales para el crecimiento y desarrollo de la congregación, que continuó su misión de llevar el amor y la luz de Cristo a los más necesitados.
A lo largo de su vida, la Beata Prudencia dedicó cada momento al servicio de Dios y su comunidad. Su humildad, generosidad y profunda espiritualidad la convirtieron en un ejemplo vivo de entrega y devoción. Falleció el 1 de junio de 1940 en Vic, donde fue sepultada en la capilla del convento de la congregación, pero su legado perdura a través del trabajo continuo de la congregación que ella fundó.
El reconocimiento oficial de su santidad llegó el 28 de octubre de 2001, cuando el Papa Juan Pablo II la beatificó en una ceremonia en Roma. Su fiesta se celebra cada año el 27 de marzo, coincidiendo con el día de la fundación de la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor.
La vida de la Beata Prudencia es un testimonio vivo del poder transformador del amor y la fe, y su legado sigue inspirando a generaciones de fieles en todo el mundo.
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