Hoy celebramos el Miércoles de la Octava de Pascua, un día que nos invita a sumergirnos en la continua alegría y el misterio renovado de la Resurrección de Cristo. En esta jornada especial, nos encontramos con el relato evangélico de los discípulos de Emaús, un pasaje lleno de simbolismo y significado para nuestra vida espiritual.
En el Evangelio de Lucas (24:13-35), se narra cómo dos discípulos caminan hacia el pueblo de Emaús, sumidos en la tristeza y la desesperación tras la crucifixión de Jesús. En el camino, Jesús resucitado se les une, pero sus ojos no lo reconocen. Comienza entonces un diálogo profundo y revelador mientras caminan juntos.
La frase que da título a este día, «Quédate con nosotros, pues el día ya declina», surge de los labios de los discípulos al llegar a su destino y al ofrecer hospitalidad al extraño que les acompaña. Este simple gesto de invitación revela una verdad profunda: cuando abrimos nuestros corazones y nuestras vidas a la presencia de Cristo, Él siempre está dispuesto a quedarse con nosotros, a acompañarnos en nuestro camino y a iluminar nuestras tinieblas con su luz resplandeciente.
La experiencia de los discípulos de Emaús nos recuerda que, incluso en los momentos de desorientación y oscuridad, Jesús está presente entre nosotros, caminando a nuestro lado y hablándonos al corazón. Nos enseña que a veces la presencia de Cristo se revela en los momentos más sencillos y cotidianos de la vida, como en el compartir de una comida o en una conversación con un amigo.
En este Miércoles de la Octava de Pascua, somos llamados a reflexionar sobre nuestra propia experiencia de encuentro con Jesús resucitado. ¿Dónde y cómo lo hemos encontrado en nuestras vidas? ¿Cómo nos ha transformado su presencia y su amor? ¿Estamos dispuestos a abrir nuestras puertas y nuestros corazones para invitarlo a quedarse con nosotros?
Que este día nos inspire a buscar a Cristo en todas las cosas, a reconocerlo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en la comunidad de los creyentes y en los rostros de los más necesitados. Que podamos experimentar la alegría y la esperanza que brotan de su Resurrección y que nos impulsen a compartir su amor y su luz con el mundo que nos rodea.
Encomendémonos a la intercesión de la Virgen María, quien acompañó a los discípulos en su camino a Emaús y les ayudó a reconocer a su Hijo en la fracción del pan. Que ella nos enseñe a permanecer siempre abiertos a la presencia de Cristo en nuestras vidas y a acogerlo con amor y gratitud en cada momento y circunstancia. Amén.
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