Hoy conmemoramos a Santa Eufrasia de Constantinopla, una monja del siglo IV, cuya vida es un ejemplo de piedad, desprendimiento y caridad.
Eufrasia, nacida en el año 380 d.C., fue hija de Antígono, senador de Constantinopla, y quedó bajo la protección del emperador Teodosio I tras la muerte de su padre. A los cinco años, el emperador la comprometió en matrimonio, pero su madre, también llamada Eufrasia, decidió llevarla a Egipto en busca de una vida espiritual más profunda.
En Egipto, Eufrasia y su madre se unieron a la comunidad monástica de Santa María, donde la joven Eufrasia se sintió llamada a una vida religiosa. A los ocho años, tomó los hábitos de novicia, y a los doce, el emperador Arcadio intentó hacer valer el compromiso de matrimonio. Eufrasia se negó y, en lugar de ello, solicitó al emperador que vendiera sus bienes y liberara a sus esclavos, distribuyendo el dinero entre los pobres.
Perseverando en su vida monástica, Eufrasia enfrentó tentaciones y batallas espirituales, fortalecida por su amor por Cristo y su disciplina en la oración y la penitencia. Se dice que realizaba tareas físicas difíciles para combatir las tentaciones, y que incluso durante treinta días llevó a cabo trabajos pesados como levantar muros y montículos.
Santa Eufrasia recibió el don de realizar milagros y expulsar demonios, curando a muchos enfermos y liberando a los poseídos. En su lecho de muerte, Eufrasia prometió a sus compañeras Julia y Sara que estarían juntas en el cielo, y poco después de su fallecimiento, ambas murieron también, siendo reconocidas como santas.
En este día, recordamos a Santa Eufrasia y su valiente testimonio de fe y entrega a Dios. Que su ejemplo nos inspire a perseverar en la fe, enfrentando las tentaciones con valentía y confiando en la gracia de Dios. ¡Feliz fiesta de Santa Eufrasia!
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