En una soleada mañana del 6 de marzo de 2024, el Papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes, abordando el tema de la soberbia. Por primera vez este año, la catequesis se llevó a cabo al aire libre en la Plaza de San Pedro.
Una vez más, debido a su persistente resfriado, el Papa delegó la lectura del texto a un colaborador.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro camino de reflexión sobre los vicios y las virtudes, hoy llegamos al último de los vicios: la soberbia. Los antiguos griegos lo definían con una palabra que podría traducirse como «esplendor excesivo». En realidad, la soberbia es la auto-exaltación, el engreimiento, la vanidad. Este vicio está estrechamente relacionado con la vanagloria, que discutimos la última vez. Sin embargo, la soberbia es aún más peligrosa y destructiva.
La soberbia es la gran reina de todos los vicios. No es casualidad que Dante la sitúe en el primer nivel del purgatorio en su Divina Comedia. Este vicio esencialmente nos aleja de Dios, y su enmienda requiere un esfuerzo mayor que cualquier otra batalla espiritual.
En el relato bíblico del Génesis, el pecado de nuestro primer ancestro es, en esencia, un pecado de soberbia. La tentación de ser como Dios fue el punto de partida del pecado humano. Los efectos de la soberbia se manifiestan en nuestras relaciones humanas, envenenando la fraternidad que debería unirnos.
La soberbia se revela a través de varios síntomas. Físicamente, el hombre soberbio es altivo y tiene un cuello rígido que se niega a inclinarse. Es rápido para emitir juicios despectivos sobre los demás y reacciona exageradamente ante cualquier crítica, como si fuera un ataque personal a su majestad.
Es difícil lidiar con una persona afectada por la soberbia. Su orgullo la hace incapaz de aceptar correcciones o consejos. Pero tarde o temprano, su arrogancia la llevará a la caída.
La salvación radica en la humildad, el verdadero antídoto contra la soberbia. María nos enseña en su Magnificat que Dios dispersa a los soberbios en sus propios pensamientos enfermos. Por eso, en esta Cuaresma, debemos luchar contra nuestra soberbia y buscar la humildad, que nos otorga la gracia de Dios.
Recuerdo la historia de Pedro, quien presumió de su fidelidad pero luego experimentó la fragilidad humana. Solo cuando se humilló ante Jesús, pudo ser un verdadero discípulo.
Que esta Cuaresma nos ayude a abandonar la soberbia y a abrazar la humildad, el camino hacia la verdadera redención.
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