Jesús no es una idea, un sentimiento, ¡una memoria! ¡Jesús es una ‘persona’, siempre viva y presente entre nosotros! Ama a Jesús presente en la Eucaristía. Él está presente de manera sacrificial en la Santa Misa, que renueva el sacrificio de la cruz. Ir a Misa significa ir a Calvario para encontrarse con Él, nuestro Redentor. Él viene a nosotros en la Sagrada Comunión y permanece presente en los sagrarios de nuestras iglesias, porque es nuestro amigo. — San Papa Juan Pablo II, Discurso a la juventud italiana, 8 de noviembre de 1978
En tiempos recientes, al estar frente al Santísimo Sacramento durante la Adoración Eucarística, me he detenido a reflexionar sobre uno de los momentos más profundos de mi vida; cuando la realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía se volvió vívidamente clara para mí. Fue justo antes de recibir mi Primera Comunión, un período en el que apenas empezaba a comprender la Eucaristía. El catalizador que desencadenó este evento crucial fue cuando después de la Misa un domingo, mi madre, impulsada por un deseo inmenso de que comprendiera mejor la naturaleza sagrada del Sacramento, se acercó al sacerdote celebrante. Le rogó que me explicara el Santo Sacrificio de la Misa.
El sacerdote, el Padre Angelo, encantado de cumplir con su solicitud, tomó amablemente mi mano y me guió hacia el altar. Mientras estaba allí, contemplando la exquisita estructura de mármol, una sensación de reverencia y anticipación me invadió. En un esfuerzo por desmitificar el profundo Misterio de la Fe, el sacerdote, con entusiasmo absoluto, comenzó a enseñarme suavemente la verdad, una verdad que cambiaría para siempre mi viaje espiritual como católico.
Las manos del Padre levantaron cuidadosamente su cáliz y, con un gesto reflexivo, dirigió mi atención a las piedras incrustadas en su costado. Cada piedra, explicó, era del anillo de compromiso de su abuela, que ahora era una parte especial de este vaso sagrado utilizado para contener la Preciosa Sangre de Cristo. Incluso a los seis años, entendí la profundidad del momento.
Desde el altar, el sacerdote se arrodilló a mi lado y me dirigió hacia el Sagrario. Miró fijamente mis ojos y me hizo una pregunta que parecía simple, pero que en realidad era bastante profunda. «¿Sabes QUIÉN está ahí adentro?», preguntó, llevando a un breve momento de silencio reflexivo. Respondí suavemente, reconociendo la presencia de las hostias dentro del Sagrario. Su sonrisa fue cálida y continuó diciendo: «Sí, pero ¿QUIÉN está ahí adentro?» Mi mirada permaneció enfocada en el santuario dorado, que sabía debía tener la respuesta a esta pregunta. Después de un período sin palabras, finalmente señaló enfáticamente y declaró audazmente: «JESÚS está ahí, JESÚS está en el Sagrario».
Las palabras que el Padre compartió conmigo ese día han resonado en mi mente y corazón incluso todos estos años después, dejando una marca permanente en mi comprensión de la Eucaristía. Mi experiencia de entender por primera vez la Presencia Real y este regalo especial dado por Cristo me dejó para siempre transformado. Fue una revelación de la verdad profunda de que Cristo está verdadera y realmente presente; Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, como verdadero Dios y verdadero hombre, en la Eucaristía.
Mientras navegamos por los desafíos e incertidumbres del presente, la importancia de la Eucaristía sigue siendo un ancla firme en nuestras vidas. A pesar de la cultura hostil hacia los cristianos, especialmente los católicos en nuestro tiempo, siempre podemos aferrarnos a Cristo, quien nos dará la fuerza y el coraje para soportar lo que nos espera. Siempre debemos recordar que este precioso regalo no debe darse por sentado, y muchos de nosotros entendimos esto cuando nos negaron el acceso al Santo Sacrificio de la Misa durante la pandemia de coronavirus. Nunca pensé que en mi vida habría un Triduo y una Pascua sin Misa y sin recibir la Eucaristía. Nunca olvidaré ese tiempo terrible.
La conciencia de lo especial que es el regalo de Cristo para nosotros añade un toque conmovedor de significado a nuestra celebración de este Santísimo Sacramento. En el Día de Navidad, al participar en la Santa Comunión, que nuestros corazones rebosen de gratitud abundante, no solo por este precioso regalo, sino porque los días de la pandemia han terminado y una vez más tenemos la libertad de participar en el Santo Sacrificio de la Misa.
Al enviar muchos deseos de una temporada navideña alegre y bendita, que el resplandor del Niño Jesús brille intensamente sobre nosotros, no solo ahora, sino en los días del próximo año que se avecina. Que su presencia resuene en nuestros corazones y siempre nos guíe en el camino hacia el cielo hasta que nos volvamos a reunir como comunidad de creyentes para recibir la Eucaristía.
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