Un camino hacia el Corazón Misericordioso de Jesús: Redescubriendo la Divina Misericordia
Hace veinticinco años, el 30 de abril del 2000, durante el Gran Jubileo del Año 2000, el Papa San Juan Pablo II instituyó la Fiesta del Domingo de la Divina Misericordia. Desde entonces, esta celebración ocupa un lugar especial en el calendario litúrgico: el segundo domingo de Pascua de cada año. Ese mismo día, canonizó a Santa Faustina Kowalska, la religiosa polaca que recibió de Jesús una profunda revelación privada sobre su Misericordia, y que fue llamada por Él su “Secretaria de la Misericordia”.
Con estos gestos proféticos, el Papa quiso subrayar la urgencia de proclamar la misericordia de Dios al inicio del nuevo milenio y preparar el corazón de la Iglesia —y del mundo— para la Segunda Venida de Cristo.
Debo confesar que, a pesar de conocer bien el contexto histórico y espiritual de esta devoción, nunca logré conectar del todo con ella. Sé rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, he intentado varias novenas (muchas de ellas sin llegar al final), y he leído partes del Diario de Santa Faustina. Pero siempre sentía que algo me faltaba para vivirla con profundidad. Sin embargo, con motivo de este aniversario tan significativo, sentí el deseo de volver a acercarme a esta fuente de gracias.
Fue entonces cuando, en un claro signo de la Providencia de Dios, descubrí la Sociedad de la Divina Misericordia y el Santuario de Santa Faustina, ubicado a las afueras de Memphis, Tennessee. Esta comunidad vive según el carisma de Santa Faustina, dedicándose día y noche a invocar la misericordia de Dios por las almas. A través de la oración continua —especialmente la Coronilla y una Novena perpetua— buscan construir un «depósito espiritual» de gracias al servicio del mundo entero. Incluso rezan lo que llaman «Coronillas de emergencia» cuando alguien lo solicita, con la esperanza de colaborar en la sanación y conversión de quienes más lo necesitan.
El Santuario, que está integrado en una parroquia activa, alberga una réplica a tamaño real de la imagen de Jesús Misericordioso tal como Santa Faustina la describió, además de dos reliquias de primera clase de la santa. Allí se celebra cada día una Hora Santa a las 15:00, la Hora de la Misericordia, con Adoración Eucarística, la Coronilla y el Rosario. También se ofrecen confesiones de forma regular y misas de sanación en fechas clave, como el Domingo de la Divina Misericordia y el 5 de octubre, fiesta de Santa Faustina. Todo ello manifiesta que esta devoción no se queda en lo sentimental o devocional, sino que tiene su centro en los sacramentos y la Eucaristía.
Durante mi redescubrimiento, hubo una verdad que me conmovió de forma especial: la devoción a la Divina Misericordia es, en su esencia, una oración continua por la conversión de los pecadores. Y eso me tocó profundamente. Por mi propia historia —marcada por sufrimiento y alejamiento de Dios— este aspecto resonó con fuerza. Siento una compasión particular por quienes también han estado lejos de la fe o se sienten indignos del amor de Dios.
El Diario de Santa Faustina —titulado La Divina Misericordia en mi alma— está lleno de mensajes en los que Jesús revela su deseo de derramar su gracia sobre los pecadores arrepentidos. Desde la primera página, le asegura a Faustina que “un alma completamente ennegrecida puede volverse blanca como la nieve”, y más adelante afirma:
“La pérdida de cada alma me sumerge en una tristeza mortal. Siempre me consuelas cuando rezas por los pecadores. La oración que más me agrada es la oración por la conversión de los pecadores. Debes saber, hija mía, que esta oración siempre es escuchada y respondida.” (#1397)
Jesús también enseñó a Faustina una oración específica para este fin:
“Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío.”
Nos asegura que cuando esta oración se hace con fe y corazón contrito, concede la gracia de la conversión. ¡Qué promesa tan extraordinaria! Jesús no solo nos pide que recemos por los pecadores… nos asegura que responderá a esa súplica.
Estas palabras de Jesús son un consuelo enorme. Me conozco a mí mismo, y también a otros que han experimentado lo mismo: todos necesitamos misericordia. Todos, incluso quienes hemos estado espiritualmente muertos, podemos ser resucitados. Y esta devoción es un canal para esa resurrección.
En mi búsqueda por entender mejor esta práctica, el Señor —en su infinita misericordia— me concedió justamente lo que necesitaba. Hoy siento que mi deseo de conversión y de colaborar en la salvación de las almas puede unirse al deseo ardiente del Corazón Misericordioso de Jesús. A través de esta devoción, no solo he encontrado un camino para otros, sino también un camino para mí.
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