«Jesús dijo: ¡María! Ella se volvió y exclamó: ¡Maestro!» (Juan 20,16)
El Evangelio de hoy nos sitúa en un momento íntimo y profundamente humano: María Magdalena, junto al sepulcro vacío, llora desconsolada. Ha perdido a su Señor. Todo parece terminado. Incluso cuando Jesús se le aparece, ella no lo reconoce. Cree que es el jardinero.
Pero entonces, algo cambia. Jesús pronuncia su nombre: “¡María!”.
Una sola palabra, una llamada personal. Y en ese instante, sus ojos se abren. El corazón reconoce lo que los sentidos no habían podido ver. Jesús, el Resucitado, está vivo. Está allí, frente a ella. No como un recuerdo, no como una idea, sino verdaderamente vivo.
Este momento es más que una escena emotiva. Es una imagen perfecta de lo que sucede cuando Cristo se cruza con nuestra vida. Él no irrumpe con fuerza, no grita. Llama suavemente por nuestro nombre. No nos impone su presencia; nos invita a reconocerlo.
María responde con una sola palabra: “¡Rabbuní!” (¡Maestro!). No es una respuesta racional, sino del corazón. Es el reconocimiento de quien ha sido encontrado por el Amor.
También a nosotros, hoy, Jesús nos llama por nuestro nombre. En medio de la rutina, en el dolor, en la confusión, en el silencio… Él está presente. No siempre lo reconocemos de inmediato. A veces lo confundimos con otras voces o lo creemos ausente. Pero basta con detenernos y abrir el corazón, para escuchar su voz que nos dice: “¡[Tu nombre]!”
Este martes de la Octava de Pascua es una invitación a volver al jardín del alma, allí donde a veces creemos que todo está perdido, y descubrir que el Resucitado nos espera. Que nos llama. Que no se ha ido. Que la muerte ha sido vencida.
María Magdalena pasó de la tristeza a la alegría, del llanto a la misión. Fue la primera testigo del Resucitado. Su historia es también la nuestra: de buscadores a testigos, de discípulos desconcertados a mensajeros de esperanza.
Que hoy podamos hacer silencio para escuchar esa voz que nunca deja de pronunciarnos con amor. Y que, al reconocerla, podamos responder con fe renovada: “¡Maestro!”
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