Durante siglos, los cristianos han profesado en el Credo de los Apóstoles que, tras su muerte, Jesús “descendió a los infiernos”. Pero, ¿qué significa realmente este misterio de fe y qué ocurrió en ese momento?
Una de las visiones más conocidas sobre este acontecimiento fue narrada por la Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), una mística alemana que experimentó múltiples revelaciones sobre la vida y Pasión de Cristo. Aunque sus visiones no forman parte del dogma católico, ofrecen una meditación profunda sobre este misterio.
Según lo que se recoge en el sitio santoscorazones.org, gestionado por las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, Emmerick relató que, en el instante en que Jesús murió en la cruz, su alma gloriosa, acompañada por ángeles, descendió a las profundidades de la tierra. Allí, Cristo se dirigió primero a los justos del Antiguo Testamento, entre ellos Adán y Eva, quienes lo reconocieron con gozo.
Luego, el Señor recorrió diversos lugares donde se encontraban almas que habían vivido antes de Abraham, así como profetas, patriarcas y santos de Israel. Todos ellos se llenaron de alegría al encontrarse con el Mesías prometido. Según la beata, Jesús también visitó a “los paganos de buena voluntad”, personas que, sin haber conocido la revelación, anhelaron la verdad. Al manifestarse ante ellos, las almas respondieron con adoración y gratitud.
En su relato, Emmerick también describe cómo Cristo enfrentó a los poderes del mal. Con autoridad divina, descendió al abismo más profundo, donde habitan los demonios y la desesperación. Allí, incluso los enemigos espirituales fueron obligados a reconocer su soberanía, y Lucifer quedó encadenado.
Antes de culminar esta misión, Jesús habría liberado a muchas almas del purgatorio y revelado con ternura el cumplimiento pleno de la Ley a antiguos profetas. También se dirigió al sepulcro de Adán, ubicado simbólicamente bajo el Gólgota, lugar de su crucifixión.
Lo que dice la Iglesia
El Catecismo de la Iglesia Católica, en los numerales 631 al 637, afirma que Cristo verdaderamente descendió a los infiernos, entendido como “la morada de los muertos”, para anunciar la salvación a los justos que le precedieron.
“Jesús, muerto en la cruz, bajó al lugar de los muertos en su alma unida a su divinidad. Allí abrió las puertas del cielo para los justos del Antiguo Testamento”, enseña el Catecismo.
Así, esta enseñanza no solo profundiza el significado de la redención, sino que revela el amor ilimitado de Cristo, que quiso alcanzar a toda la humanidad, incluso a quienes vivieron antes de su venida.
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